CREER ES CREAR!

De repente, si creo en Dios, existe. Y si alguien a mi lado no cree en Dios, no existe, en su mundo, tan legítimo como el mío. Yo creo que, en cuanto a creer en Dios, tal vez se haya focalizado mayormente en la segunda parte de la cuestión, Dios. Creando así cientos de guerras y disputas en busca de certezas, en lugar de creer conveniente poner el foco en la primer parte del asunto, creer.
Posiblemente se hubiera creado gran incertidumbre, dado que no mucha gente cree que el verbo creer encierre mayores misterios. Yo en cambio creo que el verbo creer guarda una relación de equivalencia con el verbo crear, sobre todo cuando se conjugan en primera persona, yo creo.
Yo creo, que tanto creer como crear se asemejan, en lo fáctico, al verbo hacer e incluso al verbo nacer, pero no quiero crear mas confusión creyendo más cosas sobre estas dos palabras, que también difieren en una letra.
En fin, yo creo, que cuando creo algo, lo creo.

Juan Germán Fernández.

lunes, 22 de agosto de 2011

Paisaje.


"Todas las personas que van en auto se dirigen hacia algún lugar"- pensaba Álvaro esa fría mañana.
No era con intención de excluir al resto de los vehículos, por supuesto. Pero siempre había estado seguro de que sacar el auto, manejar, llegar a destino y estacionar requería algo más de determinación que esperar al colectivo en la esquina, o sacar la moto (la cual es mucho más fácil de estacionar); y menos costoso, obviamente. Esto último hacía que Álvaro, a pesar de saber con exactitud hacia dónde se dirigía, optara por utilizar el transporte público; principalmente por no tener auto. Pero siempre que esperaba al colectivo hacía uso de esa oportunidad de preguntarse hacia dónde de dirigían todos los autos que parecían multiplicarse día a día.
Álvaro tomaba el colectivo todas las mañanas hábiles en 19 y 526. También lo hacía algunas tardes de fin de semana, pero eso no tiene importancia. Se daba el lujo de conocer todo sobre esa esquina y esa parada, a la dueña del kiosco, al vendedor del puesto de diarios y revistas, a la pareja de jubilados que siempre esperaba el colectivo a la mañana, y también a los busca de siempre; esos que si no tenes monedas te piden el celular, y si tenes monedas también te lo piden, acompañado de reloj y billetera. Esa gran ventaja lo hacía prácticamente intocable en el vecindario. Dentro del colectivo tenía la posibilidad de saludar al chofer (generalmente era el mismo) y a muchos de los pasajeros matutinos, con los cuales estrechaba lazos a cada viaje.
Entre estos pasajeros se encontraba Ariadna. Él la consideraba como una compañera de viaje -solo de vista, un abalorio- de todas las mañanas. Como anticipé antes, Álvaro estrechaba sus relaciones con todos día a día, y con Ariadna no había excepción; solo había una salvedad, en este caso era algo silencioso. No tenía certeza en dónde subía ella, tampoco en dónde bajaba, ya que él terminaba el recorrido primero. Tampoco sabía que Ariadna se llamaba Ariadna, al menos no lo supo hasta la primera vez que pudo decirle algo. Lo recordaba claramente: pudo leer su nombre cuando producto de una mala maniobra del conductor ella había dejado caer una carpeta con apuntes que él hizo el favor de levantarle.
De ahí en más la relación paso de ser silenciosa a concretarse en charlas que duraban lo mismo que el recorrido de Álvaro. Luego, cada uno por su cuenta, seguía pensando en su respectivo compañero de viaje una vez abajo del colectivo. Ariadna definitivamente pasó de ser un lindo abalorio a una morocha obra de arte, con ojos de color indefinido los cuales Álvaro mira y admira.
Había dicho recién que la relación había sobrepasado el límite del simple recorrido del micro, pero jamás con comunicación directa entre ambos debajo del vehículo. Jamás un e-mail, jamás una llamada, jamás un mensaje; porque dejarían de ser lo que en esencia son y comenzaron siendo: compañeros de viaje. Eso sí, Álvaro se acercaba a ella fuera del colectivo gracias a una foto que había podido tomar con cautela desde su celular, que ahora era nada menos que su fondo de pantalla.
Ese día a Ariadna le cambiaron el recorrido y ella subió al colectivo pensando que bajaría donde lo hacía su compañero. Y Álvaro subió pensado que bajaría donde lo hace siempre.
Pasó el viaje, por primera vez correspondido entre ambos. Pasaron cuartos de charlas, medias charlas, tres cuartos de charlas y charlas que ya se encontraban debajo, esta vez juntos. Jamás se habían visto mutuamente en esas condiciones: Ariadna debía irse y Álvaro quería quedarse. Se saludaron y ella ingresó a una agencia de turismo, mientras que él caminaba lento para poder, mínimo, verla salir.
Ariadna se preguntaba si valía la pena seguir tomando el colectivo con su compañero por los pocos días que le quedaban en la ciudad, tomó la decisión de no hacerlo más.
Cuando él al otro día viajó sin Ariadna, entró sin dudar a la agencia de turismo. Exigió a la memoria del vendedor para que le vendiera un pasaje similar al que le había facilitado a Ariadna el día anterior. Digo similar porque solo el destino (Cariló) era lo que coincidía en el pasaje de ambos, lamentablemente discernían en la fecha por un día.
Entonces Álvaro viajó. Intentó localizar a Ariadna en el nuevo colectivo (el de larga distancia), pero era evidente que ella no iba a estar allí. No se sintió decepcionado y afrontó el viaje con tranquilidad para luego darse cuenta, una vez en la terminal, que había viajado más de cuatrocientos kilómetros a un lugar que ni siquiera conocía; que había viajado más de cuatro horas por una persona que ni siquiera lo conocía.
Ahora sí, sintió el cachetazo del sentido común y la frustración subió de pies a cabeza. Caminó, como si fuera lo único que le quedara por hacer; se sentó sobre un cordón en la calle costera -de cara al mar-, el viento parecía intentar hacerlo despegar del piso y con cierta dificultad logró sacar su celular desde el bolsillo del jean. Miró fijo al horizonte, ese que marca la infinidad del planeta Tierra, ese que siempre intentamos alcanzar y jamás podremos; ese horizonte que miramos y nos hace dar cuenta que la Tierra no es plana. Cuidadosamente apuntó hasta hacer foco en el mar y tomó una foto. Llevó a sus pulmones el aire más puro que jamás había respirado, y cambió su fondo de pantalla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario