Rugían motores. Yo abría los ojos y percibía mi entorno como Plaza Belgrano. Lo elefantes de metal iban de aquí para allá por la pavimentada avenida y yo ahí, rodeado de bolsas de esqueletos que como yo, una bolsa más, rogábamos a la suerte poder distinguir el color del micro que esperábamos. Yo esperaba sentado, casi con resignación. ¿ Resignación de qué? No se, simplemente resignado. Centré mi atención en la plaza, varios niños acompañados por sus padres o abuelos disfrutaban de un entretenimiento al aire libre, eso me hizo sonreír un poco; ante tanto encierro hoy en día con sus consolas de juegos, computadoras y televisión alegra ver que al menos una minoría todavía se divierte en plazas. Más a lo verde se veían parejas, en su mayoría jóvenes que había aprovechado de una verdaderamente hermosa tarde otoñal de Mayo para recostarse un rato sobre el verde césped y hablar, o simplemente quedarse cayados y disfrutar de la compañía (siempre agradable) de la persona querida o amada. Por momentos sentí envidia de ellos, de los niños y jóvenes, de esos abuelos y padres. Ellos allá, disfrutando; y yo ahí, sentado sobre el frió metal acompañado de entes desconocidos que como yo, se sentían parte de un ejercito sin rumbo. Caminando la calle a paso firme, frenar a esperar el colectivo y luego seguir a paso acelerado hacia su (quizá no) destino definitivo.
Lo cierto es que tarde o temprano se empezó a distinguir en el horizonte. Bah, el horizonte acá, en La Plata, no son más que altos montes de hormigón, pero a lo lejos se veía en movimiento algo azul. El Norte. Como protocolarmente hace cualquier pasajero me limité a solicitar el boleto de 1,90 y buscar asiento rápidamente. Ante tan pocos soldados en transporte pude lograr ubicarme como más me gusta. Automáticamente puse los cuadernos sobre mi regazo, arremangué la camisa y apoyé la cabeza contra el variable cuadro de vidrio. Significó para mi finalizar el día y empezar uno nuevo, uno sin sentido. Por eso al terminar el día, aún con el sol resplandeciente iluminando y enriqueciendo una hermosa tarde, el cuadro de vidrio iba mostrando los distintos paisajes (ya clásicos) y llegó el momento del descenso. Eran apenas las cuatro de la tarde, pero mi día ya había terminado y empezaba uno totalmente carente de sentido.
Me senté en la computadora a esperar. ¿A ESPERAR QUÉ? La puta madre, ¿A esperar qué?. ¿Abrir el MSN y dejar mi estado en desconectado? ¿A boludear en Taringa!? ¿A escuchar música? ¿PARA QUÉ? ¿PARA MATAR TIEMPO Y SEGUIR CON LA SENSACIÓN DE ESPERAR ALGO? ¿QUÉ ES LO QUE ESTOY ESPERANDO?
Volvemos a raro, la nota de ayer. Bah, de hace muchos días pero que finalmente ayer pude "terminar". Si, hoy estoy raro, "todos tenemos esos días en que nos estalla el calefón" escribió alguna vez un tal Pity.
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