
El gran desafío de toda persona es interpretar el lenguaje como algo que nos acompaña las veinticuatro horas del día durante toda la vida. Si no prestamos atención al lenguaje, se deteriora, y si no prestásemos atención a las emociones no seríamos humanos. La condición humana está marcada por la palabra, las emociones, el cuerpo...
CREER ES CREAR!
De repente, si creo en Dios, existe. Y si alguien a mi lado no cree en Dios, no existe, en su mundo, tan legítimo como el mío. Yo creo que, en cuanto a creer en Dios, tal vez se haya focalizado mayormente en la segunda parte de la cuestión, Dios. Creando así cientos de guerras y disputas en busca de certezas, en lugar de creer conveniente poner el foco en la primer parte del asunto, creer.
Posiblemente se hubiera creado gran incertidumbre, dado que no mucha gente cree que el verbo creer encierre mayores misterios. Yo en cambio creo que el verbo creer guarda una relación de equivalencia con el verbo crear, sobre todo cuando se conjugan en primera persona, yo creo.
Yo creo, que tanto creer como crear se asemejan, en lo fáctico, al verbo hacer e incluso al verbo nacer, pero no quiero crear mas confusión creyendo más cosas sobre estas dos palabras, que también difieren en una letra.
En fin, yo creo, que cuando creo algo, lo creo.
Juan Germán Fernández.
domingo, 22 de enero de 2017
GLOBALIZACIÓN, IMPERIALISMO Y ALGO DE FÚTBOL.
Hay quienes marcan el inicio de la era globalizada basándose en los hechos claves para el desarrollo del Siglo XX: dos guerras en las que vieron involucradas gran parte de las naciones del mundo; una gran crisis económica que, teniendo sus causas en Europa, estalló en los Estados Unidos en octubre de 1929 iniciando un proceso de recesión en gran parte del mundo; una disputa ideológica entre dos naciones muy distantes geográficamente que tuvo en vilo al planeta entero; el afianzamiento de los medios de comunicación, de los sistemas de información, de internet... ¿Pero por qué no pensar en un proceso de globalización con inicios en épocas anteriores?. Aún sin el desarrollo tecnológico de nuestros tiempos, en la Edad Media, Cruzadas de por medio, existían rutas de comercio tricontinentales: Alejandría (actual Egipto, África), Bizancio (actualmente Estambul, Turquía, Asia), pasando por Venecia, Génova, Barcelona, Lisboa, Londres, Hamburgo. Aún sin un desarrollo científico, al que luego le daría forma Adam Smith, vemos en estos sistemas comerciales aquellas características con las que identificamos al liberalismo.
Antes del año 1500 Lutero propició su ruptura con la Iglesia Católica, en gran parte, difundiendo su tesis utilizando la recién nacida imprenta. Dicho acontecimiento dio inicios al Protestantismo, doctrina que se asentó, con ligeras diferencias, en Gran Bretaña (conocida como Anglicanismo), y en la época colonial llegaría a los territorios de la actual Estados Unidos. ¿Acaso este hecho no podría considerarse un atisbo, una micro globalización? Por estos mismos años surgía en el mundo el concepto de modernidad, entramos en la Edad Moderna, donde ser moderno no era otra cosa que dar rienda suelta a nuestro espíritu aventurero; de esta forma entramos en la época colonial. Sin detenerme a analizar los sangrientos procesos de conquista, hay que decir que éstas naciones, las conquistadoras, llevaron su cultura a nuevos territorios: costumbres, hábitos, idioma, religión, sistemas comerciales, económicos, jurídicos, sociales y políticos. ¿Acaso todos estos conceptos no son parte de una definición profunda de globalización?
Muchas veces se tiende a atar a este fenómeno con el concepto de lo instantáneo. Basta con solo leer la definición de la Real Academia Española para apreciarlo: “Proceso por el que los mercados, con el desarrollo de las tecnologías de comunicación adquieren dimensión mundial…”. Vimos que el mundo tendió a globalizarse sin haberse aún desarrollado por completo las tecnologías de comunicación. Este hecho está históricamente asociado a la revolución tecnológica (o Era de la Información, 1985 en adelante). En este período, solo con tener acceso a internet, uno puede enterarse sin demoras de las cosas que pasan en los lugares más ignotos del planeta.
Pero desde mucho antes de 1985 que las naciones exportan sus producciones e importan productos extranjeros. Yendo al ámbito de los capitales privados, medio centenar de años antes Coca Cola ya inauguraba fábricas muy lejos de su Atlanta natal; luego la industria musical y discográfica haría que The Beatles llevara su revolución social (y su venta de discos) a muchos kilómetros de las calles y bateas de Liverpool. No es casual la mención a este cuarteto británico para dar un ejemplo claro de cómo las lógicas de mercado globalizadas llevaron a que los ideales también se transformen en mercancía.
En nuestros tiempos, la globalización atada a la Era de la Información ha dado lugar a nuevos procesos de imperialismo. Procesos “no violentos” como se ha dado antaño, pero no por ello menos macabros. No se plantea un sometimiento a fuerza de fusil, ni la apropiación de los recursos productivos; las naciones imperialistas han expandido su cultura a fuerza de corromper los ideales de la gente de otros pueblos, llevando sus empresas, sus productos, sus películas, su música, y su deporte, todo a fuerza de dinero. Es decir, el sometimiento es económico. Por ello no es de extrañar que las nuevas potencias se disputen mercados con las potencias históricas. Detrás del afán del crecimiento económico, existe la posibilidad de mostrarle al mundo que ellas también son “perfectas”.
Tanto la lógica de la economía de mercado como el imperialismo han alcanzado a dos de las expresiones más puras que ha mostrado el Hombre desde su existencia: el arte y las prácticas deportivas. Fuentes de liberación por excelencia.
Insisto la ligación al imperialismo, porque ya no basta con que, por ejemplo, Estados Unidos lleve al mundo su ideología con fuerza militar mediante, o en formato libro, o en formato empresa. Con solo prender la televisión, podremos ver en directo un juego de fútbol americano de la liga NFL, o beisbol; prácticas poco habituales para nosotros. El intento de llevar dichos deportes a distintos rincones del mundo no deja de ser otra maniobra de difusión e imposición cultural. El primer intento, la NBA, fue un éxito, alcanzando límites comerciales inimaginables.
Si de información se trata, al poco tiempo de comenzar esta redacción, el colegiado Craig Pawson anunciaba, con un pitido de silbato, que en el Anfield Road de Liverpool, gol de Georginio Wijnaldum mediante, el local derrotó a Manchester City. El partido fue televisado. En el día de la fecha también hubo fútbol en Marruecos, bastó una simple consulta en la web para saberlo. ¿Acaso alguien sabe algo de fútbol en China? Pese a ser un ávido consumidor del balompié, deberé sincerarme y decir que no. Pero… ¿Cuánto tiempo faltará para qué los medios mundiales nos muestren los goles de la Liga China? Estimo que no mucho.
La primera nación en dar difusión mundial y convertir el juego en espectáculo comercial fue Gran Bretaña. La máxima de este acontecimiento era y sigue siendo: “El juego de fútbol es, para el pueblo británico, como concurrir al teatro. Y para que la obra sea buena, debe contar con los mejores actores.” Premisa que luego adoptó Italia para su Serie A; y luego España. La irrupción de capitales asiáticos tuvo su primera intervención, justamente, en Gran Bretaña. Fly Emirates construyó el nuevo estadio de Arsenal, dejando en la historia el glorioso Highbury. Capitales privados se han hecho también de clubes enteros: Manchester City y Chelsea, históricamente chicos, a fuerza de dinero asiático y ruso se han convertido en los principales animadores de la Premier League, relegando a los históricos Arsenal, Liverpool y Manchester United. La multinacional Red Bull se ha hecho con el Razen Ballsport de Leipzig, quién disputa la Bundesliga con Bayern Munich. Mismo proceso ha encarado Estados Unidos con la totalidad de su liga, llevando a grandes figuras del fútbol mundial: gracias a ellos se venden derechos televisivos más caros.
Una de las economías más fuertes del mundo, como la China, no se iba a quedar atrás en este proceso.
El eje de la cuestión me hace volver a aquella premisa británica: “…los mejores actores.” Solo con mirar algunas plantillas nos daremos cuenta de que los mejores actores, los mejores jugadores, para salir de las metáforas, son sudamericanos. Y sin embargo, somos nosotros quienes debemos verlos por televisión; otra muestra de imperialismo. No siempre la nación más rica es en la que abunda calidad, pero a fuerza de dinero se puede importar calidad, y potenciarla; utilizarla como fuente de generación de dinero, incluso vendiéndola a su país de origen.
Debo admitir que el disparador de este escrito se da alrededor de todo lo que se ha generado a partir de la partida de Carlos Tévez a China. Y sin dudas, tomando a él como ejemplo, deberíamos ver en el día de hoy a la carrera de cualquier jugador de fútbol de la misma forma que vemos la filmografía de los actores de Hollywood. Muchos actores, de nombre mundialmente conocidos, salen de una película para ingresar a otra; y siempre serán héroes o villanos de rol protagónico. La lógica de este fútbol espectáculo no escapa de eso: Tévez, héroe en La Boca, en Sao Paulo, héroe y villano de Manchester, héroe en Turín… La próxima actuación será Shanghai, como la de tantos otros que desembarcarán, en el corto plazo, en la República Popular China.
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