CREER ES CREAR!

De repente, si creo en Dios, existe. Y si alguien a mi lado no cree en Dios, no existe, en su mundo, tan legítimo como el mío. Yo creo que, en cuanto a creer en Dios, tal vez se haya focalizado mayormente en la segunda parte de la cuestión, Dios. Creando así cientos de guerras y disputas en busca de certezas, en lugar de creer conveniente poner el foco en la primer parte del asunto, creer.
Posiblemente se hubiera creado gran incertidumbre, dado que no mucha gente cree que el verbo creer encierre mayores misterios. Yo en cambio creo que el verbo creer guarda una relación de equivalencia con el verbo crear, sobre todo cuando se conjugan en primera persona, yo creo.
Yo creo, que tanto creer como crear se asemejan, en lo fáctico, al verbo hacer e incluso al verbo nacer, pero no quiero crear mas confusión creyendo más cosas sobre estas dos palabras, que también difieren en una letra.
En fin, yo creo, que cuando creo algo, lo creo.

Juan Germán Fernández.

martes, 17 de septiembre de 2013

No lo soñé... Lo viví.

 Patricio Rey me condujo hasta aquí. Una excusa perfecta para planear un viaje y desconectarse un tiempo. 
En el hotel, con las valijas ya armadas, el vuelo confirmado, en cuenta regresiva para ir hasta el aeropuerto, miles de momentos pasan por mi cerebro. Una tormenta de momentos vividos, que no se borraran con el paso del tiempo. 
 Recuerdo, en la lejanía, aquel 29 de abril, día de mi cumpleaños, cuando se gestó esta idea. Recuerdo la primera semana de Mayo, cuando ya teníamos confirmado tanto el avión como el hotel. Recuerdo agosto, cuando se agotaron las entradas, y toda esa ilusión que se había incrementado desde abril tambaleó, al punto del llanto, al punto de pensar en suspender todo y perder el dinero. Recuerdo que el Indio, en una muestra de grandeza, movilizó a toda la organización para buscar un nuevo predio, que albergue todas nuestras almas, y así mi corazón volvió a latir; con la entrada en mano, la verdadera vigilia comenzó. 
 En mi memoria aparece el 10 de septiembre, día que nos amaneció caluroso y despejado. Recuerdo haber llegado a Capital Federal con varias horas de antelación. Recuerdo el despegue, la presión en el estómago, el apunamiento de estar a más de diez mil metros sobre el nivel del mar, y recuerdo el grotesco aterrizaje. 
 Mendoza Capital nos recibió con su habitual clima árido, con el Zonda a mil y, obviamente, con un calor difícil de soportar.  

 Hoy, llegado el fin del viaje, reitero lo que afirmé hace algunos días: Mendoza es una ciudad hermosa. El gran parque San Martín frente al hotel, la inmensidad de plazas enormes, las calles más limpias que pude ver en mi vida. Gente muy amable, atenta, respetuosa. Tranquilidad hasta en las zonas más céntricas. Espero poder hacerme entender si digo que hasta los choferes de los colectivos de línea son buena onda. 
 Todo era expectativa en la ciudad, Solari tocaba por primera vez allí y eso se hacía sentir. Desde el martes que llegamos, hasta hoy, lunes, en las tapas de todos los diarios locales el título principal hacía referencia al show: "SE ESTIMA QUE LA LLEGADA DEL INDIO DEJARÁ $50 MILLONES EN LA CIUDAD"; "EL INDIO YA ESTÁ EN LA CIUDAD"; "FANÁTICOS ACAMPAN EN EL PARQUE AGNESI ESPERANDO AL INDIO"; "EL INDIO YA LLEGÓ A MENDOZA"; "LLUVIA Y CERO GRADOS PARA EL RECITAL MÁS CONVOCANTE DE LA HISTORIA". La gente, en la calle, estaba orgullosa de que en su ciudad se presentara el Indio. Desde la organización, también hicieron notar eso y montaron un gran operativo de seguridad, transporte y limpieza. 
 La ida hacia el departamento de San Martín estuvo demasiado bien organizada: desde la terminal, partían micros de línea hacia la localidad del evento, con un valor de $27 ida y vuelta. Mucha policía, mucho control. Pero en San Martín, la cosa no era tan así; los cacheos previos al ingreso permitieron la entrada de gran variedad y cantidad de bebidas alcoholicas, los muchacho de control partían las entradas por la mitad, generando bronca en la gente. La salida fue aún más caótica, 150mil almas retirándose por dos puertas, los colectivos para volver a Mendoza se colapsaban, avalanchas humanas contra la Policía, que desapareció. Y nosotros llegando al hotel a las 5 de la madrugada. 
 El Indio ya había tocado. Recuerdo mis lágrimas una vez en el micro hacia San Martín. Recuerdo mis lágrimas cuando la voz del Indio hizo la clásica presentación de: "Damas y caballeros, Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado" y los acordes de Luzbelito y las sirenas hicieron vibrar a la masa. Recuerdo el pogo más grande del universo. Recuerdo la cara del Indio, a la distancia, esa mordida de labios me hicieron entender que él, gestor de esta religión, tampoco podía creer lo que estaba viendo; no podía creer lo que había logrado. No podía creer que para verlo a él, la gente bancó un viaje, acampó en parque con temperatures muy bajas en la madrugada, no podía creer que allí, en el autódromo, había congregado a la población entera de la ciudad de Mendoza.
El periplo, como ya dije, finalizó. Pero todavía falta una andanza más que quedará en el recuerdo. Haber recorrido la Ruta 7, mano hacia Chile. haber pisado la segunda cadena montañosa más importante del mundo, de haber disfrutado una nevada por un ratito. La Cordillera de los Andes es, sin lugar duda, el lugar más hermoso que jamás haya visto. Ojalá algún día pueda volver y disfrutarla nuevamente. 
 Ahora que todo llega a su fin, me siento con ganas de volver a ver a mi familia y amigos. De volver a mi ciudad, La Plata. No siento demasiadas ganas de facultad, que me está esperando con mil cosas para hacer y ponerme al día. Pero el Indio ya tocó, ya volví a ser parte de esta ceremonia y, como sea, estaré en la próxima. 
Mendoza, sin lugar a dudas marcaste a fuego una parte grande de mi corta vida. Hora de volver, hay que aterrizar. Allá voy, La Plata querida!

miércoles, 21 de agosto de 2013

Pequeña crónica de una derrota tipo Libertadores.

 Puedo recordar. El optimismo, la energía. Pero al mismo tiempo puedo recordar la incertidumbre que se sentía en la vereda, en las escaleras y, finalmente, en las gradas. No se podía comparar con la competición nacional, cualquier partido de carácter continental es distinto, se vive distinto. En esa competición, el frío que pueda provocar el viento que viene directo del Río de La Plata, en la tercer bandeja norte del estadio de Boca Juniors, se convierte automáticamente en un motivo de celebración; no existe el frío, solo hay calor. Puedo recordar también aquel gol convertido por Roncaglia, que había desatado la locura de un pueblo vestido de azul y oro, gloriosos colores que la bandera sueca cedió a una enorme institución. Y también puedo recordar el empate en la hora...
 Corría el 4 de julio de aquel ya lejano 2012. Un miércoles 4 de julio que en la ciudad de La Plata amaneció despejado, pero con una helada típica del húmedo invierno de la región. Apenas una semana, siete días atrás, en una noche igual de fría que esa mañana, un infortunio hizo peligrar la chance de que media República Argentina pueda enarbolar un gran festejo, un festejo que no todos saben lo que se siente. Pero ese peligro seguía latente, hasta ese 4 de julio, donde en la noche todo se inclinaría para un lado, sea para bien, o para mal.
 Esa día todo fue distinto, las relaciones sociales no eran las mismas de siempre, la concentración no era la misma... Un escalofrío atravesaba el cuerpo cuando se hablaba del tema, la tensión subía a cada segundo, paralizando cada parte del cuerpo, esperando que llegue el anochecer.
 La noche cayó, y en ese momento la tensión del cuerpo impedía que este pudiese reaccionar ante cualquier estímulo. En el comedor, templo sagrado al cual se peregrina cuando abandonamos el verdadero templo sagrado, los nervios vaporosos se respiraban en paralelo al oxigeno. Y en la helada silla de madera, un hombre sentado, con la camiseta clavada como una espina en la piel.
 El pitazo del hombre vestido de negro se escuchó en simultáneo al ruido que produce un cigarrillo al encenderse... Y un grito de guerra: "VAMOS BOCA, CARAJO!" retumbó en el ambiente indicando que el partido había comenzado. Ya rodaba el esférico en la llanura verde.
 La tensión corporal no disminuyó en los 15 minutos de entretiempo, minutos fatídicos que marcaban una realidad: al término del primer tiempo, el partido entre Corinthians y Boca Juniors estaba igualado, y la Copa Libertadores no tenía dueño.
 Ya en la etapa complementaria, dos tantos de Emerson otorgaron el trofeo al equipo de Brasil, que lo festejó por primera vez. Y así fue, uno de los clubes más ganadores del mundo, que había obtenido la copa en disputa en seis oportunidades, caía derrotado ante Corinthians, club que dicen los que saben, es el más popular de su país. Puedo recordar esas caras... Expresiones de los jugadores... Expresiones del técnico... Expresiones de la hinchada. Expresiones que muy bien conozco, expresiones únicas, expresiones distintas a ganar una liga loca, un Mundial de Clubes o un partido al clásico rival. Expresiones que sólo lo Copa Libertadores y su mística sacan a relucir.
 Algunos kilómetros al sur, en Argentina, muchos estaban en stand by. Muchos no habían reaccionado ante semejante escenario. Parecía que se esperaba un golpe de nocaut, golpe que deje en la lona durante un tiempo indeterminado a cualquiera. Golpe que finalmente dio Juan Román Riquelme, estrella surgida en la cantera y repatriada en 10 millones de dólares, al anunciar que no continuaba en el club.
 En la mesa, un plato con comida ya fría parecía esperar que alguien se sentara frente a el. Cosa que no sucedió. El mundo se había transformado en un lugar no propicio para la vida.

No hubo mañana después de esa noche. Mañana llegó cuando el sol iluminó a través de un ventanal a una habitación en ruinas. Mañana llegó cuando el sol iluminó en la habitación, a una persona tendida en la cama, tiesa, con los ojos vidriosos e irritados clavados en un punto fijo del techo.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Messi es un perro. (Hernán Casciari 11/6/12)

La respuesta rápida es por mi hija, por mi esposa, porque tengo una familia catalana. Pero si me preguntan en serio por qué sigo acá, en Barcelona, en estas épocas horribles y aburridas, es porque estoy a cuarenta minutos en tren del mejor fútbol de la historia.
Quiero decir: si mi esposa y mi hija decidieran irse a vivir a Argentina ahora mismo, yo me divorciaría y me quedaría acá por lo menos hasta la final de la Champions. Y es que nunca se vio algo parecido adentro de una cancha de fútbol, en ninguna época, y es muy posible que no ocurra más.
Es verdad, estoy escribiendo en caliente. Redacto esto la misma semana en que Messi hizo tres para Argentina, cinco para el Barça en Champions y dos para el Barça en Liga. Diez goles en tres partidos de tres competiciones diferentes.
La prensa catalana no habla de otra cosa. Durante un rato, la crisis económica no es el tema de inicio en los noticieros. Internet explota. Y en medio de todo esto a mí me acaba de pasar por la cabeza una teoría extraña, muy difícil de explicar. Justamente por eso intentaré escribirla, a ver si termino de darle vuelo.
Todo empezó esta mañana: estoy mirando sin parar goles de Messi en Youtube, lo hago con culpa porque estoy en mitad del cierre de la revista número seis. No debería estar haciendo esto.
De casualidad hago clic en una compilación de fragmentos que no había visto antes. Pienso que es un video más de miles, pero enseguida veo que no. No son goles de Messi, ni sus mejores jugadas, ni sus asistencias. Es un compilado extraño: el video muestra cientos de imágenes —de dos a tres segundos cada una— en las que Messi recibe faltas muy fuertes y no se cae.

No se tira ni se queja. No busca con astucia el tiro libre directo ni el penal. En cada fotograma, él sigue con los ojos en la pelota mientras encuentra equilibrio. Hace esfuerzos inhumanos para que aquello que le hicieron no sea falta, ni sea tampoco amarilla para el defensor contrario.
Son muchísimos pedacitos de patadas feroces, de obstrucciones, de pisotones y trampas, de zancadillas y agarrones traicioneros; nunca las había visto a todas juntas. Él va con la pelota y recibe un guadañazo en la tibia, pero sigue. Le pegan en los talones: trastabilla y sigue. Lo agarran de la camiseta: se revuelve, zafa, y sigue.
Me quedé, de repente, atónito, porque algo me resultaba familiar en esas imágenes. Puse cada fragmento en cámara lenta y entendí que los ojos de Messi están siempre concentrados en la pelota, pero no en el fútbol ni en el contexto.
El fútbol actual tiene una reglamentación muy clara por la que, muchas veces, caer al suelo es asegurar un penal, o conseguir que se amoneste al zaguero contrario es propicio para futuros contragolpes. En estos fragmentos, Messi parece no entender nada sobre el fútbol ni sobre la oportunidad.
Se lo ve como en trance, hipnotizado; solamente desea la pelota dentro del arco contrario, no le importa el deporte ni el resultado ni la legislación. Hay que mirarle bien los ojos para comprender esto: los pone estrábicos, como si le costara leer un subtítulo; enfoca el balón y no lo pierde de vista ni aunque lo apuñalen.
¿Dónde había visto yo esa mirada antes? ¿En quién? Me resultaba conocido ese gesto de introspección desmedida. Dejé el video en pausa. Hice zoom en sus ojos. Y entonces lo recordé: eran los ojos de Totín cuando perdía la razón por la esponja.
Yo tenía un perro en la infancia que se llamaba Totín. Nada lo conmovía. No era un perro inteligente. Entraban ladrones y él los miraba llevarse el televisor. Sonaba el timbre y no parecía oírlo. Yo vomitaba y él no venía a lamer.
Sin embargo, cuando alguien (mi madre, mi hermana, yo mismo) agarraba una esponja —una determinada esponja amarilla de lavar los platos— Totín enloquecía. Quería esa esponja más que nada en el mundo, moría por llevarse ese rectángulo amarillo a la cucha. Yo se la mostraba en mi mano derecha y él la enfocaba. Yo la movía de un lado a otro y él nunca dejaba de mirarla. No podía dejar de mirarla.
No importaba a qué velocidad moviera yo la esponja: el cogote de Totín se trasladaba idéntico por el aire. Sus ojos se volvían japoneses, atentos, intelectuales. Como los ojos de Messi, que dejan de ser los de un preadolescente atolondrado y, por una fracción de segundo, se convierten en la mirada escrutadora de Sherlock Holmes.
Descubrí esta tarde, mirando ese video, que Messi es un perro. O un hombre perro. Esa es mi teoría, lamento que hayan llegado hasta acá con mejores expectativas. Messi es el primer perro que juega al fútbol.
Tiene mucho sentido que no comprenda las reglas. Los perros no fingen zancadillas cuando ven venir un Citroën, no se quejan con el árbitro cuando se les escapa un gato por la medianera, no buscan que le saquen doble amarilla al sodero. En los inicios del fútbol los humanos también eran así. Iban detrás de la pelota y nada más: no existían las tarjetas de colores, ni la posición adelantada, ni la suspensión después de cinco amarillas, ni los goles de visitante valían doble. Antes se jugaba como juegan Messi y Totín. Después el fútbol se volvió muy raro.
Ahora mismo, en este tiempo, a todo el mundo parece interesarle más la burocracia del deporte, sus leyes. Después de un partido importante, se habla una semana entera de legislación.
¿Se hizo amonestar Juan exprofeso para saltarse el siguiente partido y jugar el clásico? ¿Fingió realmente Pedro la falta dentro del área? ¿Dejarán jugar a Pancho acogiéndose a la cláusula 208 que indica que Ernesto está jugando el Sub-17? ¿El técnico local mandó a regar demasiado el césped para que los visitantes patinen y se rompan el cráneo? ¿Desaparecieron los recogepelotas cuando el partido se puso dos a uno, y volvieron a aparecer cuando se puso dos a dos? ¿Apelará el club la doble amarilla de Paco en el Tribunal Deportivo?
¿Descontó correctamente el árbitro los minutos que perdió Ricardo por protestar la sanción que recibió Ignacio a causa de la pérdida de tiempo de Luis al hacer el lateral?
No señor. Los perros no escuchan la radio, no leen la prensa deportiva, no entienden si un partido es amistoso e intrascendente o una final de copa. Los perros quieren llevarse siempre la esponja a la cucha, aunque estén muertos de sueño o los estén matando las garrapatas.
Messi es un perro. Bate records de otras épocas porque solo hasta los años cincuenta jugaron al fútbol los hombres perro. Después la FIFA nos invitó a todos a hablar de leyes y de artículos, y nos olvidamos que lo importante era la esponja.
Y entonces un día aparece un chico enfermo. Como en su día un mono enfermo se mantuvo erguido y empezó la historia del hombre. Esta vez ha sido un chico rosarino con capacidades diferentes. Inhabilitado para decir dos frases seguidas, visiblemente antisocial, incapaz de casi todo lo relacionado con la picaresca humana. Pero con un talento asombroso para mantener en su poder algo redondo e inflado y llevarlo hasta un tejido de red al final de una llanura verde.
Si lo dejaran, no haría otra cosa. Llevar esa esfera blanca a los tres palos todo el tiempo, como Sísifo. Una y otra vez. Guardiola dijo, después de los cinco goles en un solo partido:
—El día que él quiera hará seis.
No fue un elogio, fue la expresión objetiva del síntoma. Lionel Messi es un enfermo. Es una enfermedad rara que me emociona, porque yo amaba a Totín y ahora él es el último hombre perro. Y es por constatar en detalle esa enfermedad, por verla evolucionar cada sábado, que sigo en Barcelona aunque prefiera vivir en otra parte.
Cada vez que subo las escaleras internas del Camp Nou y de pronto veo el fulgor del pasto iluminado, en ese momento que siempre nos recuerda a la infancia, digo lo mismo para mis adentros: hay que tener mucha suerte, Jorge, para que te guste mucho un deporte y te toque ser contemporáneo de su mejor versión, y, trascartón, que la cancha te quede tan cerca.
Disfruto esta doble fortuna. La atesoro, tengo nostalgia del presente cada vez que juega Messi. Soy hincha fanático de este lugar en el mundo y de este tiempo histórico. Porque, me parece a mí, en el Juicio Final estaremos todos los humanos que han sido y seremos, y se formará un corro para hablar de fútbol, y uno dirá: yo estudié en Amsterdam en el 73, otro dirá: yo era arquitecto en São Paulo en el 62, y otro: yo ya era adolescente en Nápoles en el 87, y mi padre dirá: yo viajé a Montevideo en el 67, y uno más atrás: yo escuché el silencio del Maracaná en el 50.
Todos contarán sus batallas con orgullo hasta altas horas. Y cuando ya no quede nadie por hablar, me pondré de pie y diré despacio: yo vivía en Barcelona en los tiempos del hombre perro. Y no volará una mosca. Se hará silencio. Todos los demás bajarán la cabeza. Y aparecerá Dios, vestido de Juicio Final, y señalándome dirá: tú, el gordito, estás salvado. Todos los demás, a las duchas.

viernes, 1 de marzo de 2013

Trabajo para la facu: Compromiso Social del Periodista.


Si a alguien en la calle se le habla de compromiso social, apostaría algo a que lo primero que se le cruza por la mente es alguna idea relacionada con la política. Ambas palabras, compromiso y social, forman parte del vocablo político sea cual sea la bandera y estandarte que defiendan. Aunque no siempre el compromiso social tiene que estar ligado a la política. Si entendemos la expresión en su esencia, podemos liarla directamente a la solidaridad y defensa de una sociedad igualitaria y justa; por ende, cada persona en su profesión u oficio puede hacer algo. ¿Sería posible garantizar cobertura universal si el médico atendiese solo a un sector social, obviando otros? ¿Sería posible la integración plena en un grupo escolar sin el compromiso de un maestro? Ahí percibimos dosis del compromiso social de cada uno.
En el ámbito periodístico el compromiso social puede ser mayor. No en vano, los periodistas son la vía de transmisión de mensajes a la sociedad. Los periodistas y los medios son los depositarios del derecho de la información, expreso en la Constitución Nacional. Surge, en primer lugar, del artículo 1° de la Carta Magna, en tanto que establece que “la Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa, republicana y federal”. En segundo lugar, se desprende del artículo 14 de la Constitución Nacional que contempla el derecho de publicar las ideas por la prensa sin censura previa. A partir de la reforma constitucional de 1994 el derecho de acceso a la información pública también es incorporado en los artículos 38 (partidos políticos), 41 (medio ambiente), 42 (consumidores y usuarios), 43  (habeas data). Los ciudadanos, únicos titulares del derecho de la información (efectivamente, es un derecho y no un negocio), delegan su ejercicio efectivo en los periodistas. El ciudadano debe saber la importancia de estar bien informado, que la información es un derecho tan importante como la educación y que es, asimismo, una obligación informarse. El cumplimiento de ese mandato del consumidor, los periodistas tienen la responsabilidad de velar porque la información sea veraz, rigurosa y comprometida con los valores de las democracias, los derechos humanos y la igualdad. Cualquier deterioro de esos requisitos supone una dejación de funciones del informador y conlleva una agresión contra el derecho a la información y, como consecuencia, el deterioro de uno de los rasgos esenciales de la democracia. Si ciudadano no está correctamente informado se pone en riesgo su libertad, y la democracia auténtica debe defenderse desde el conocimiento. El periodista debe trabajar por el desarrollo espiritual e intelectual del ciudadano, además de contribuir en la construcción del desarrollo social. Es importante que en la función social del Periodismo participen, aparte de los periodistas, los dueños de empresas de comunicación, el público e incluso el Estado; de otra forma, se pondría en juego la credibilidad.

Las complicaciones llegan, como en todas las labores, a la hora de llevar a la práctica este compromiso. El hecho de que los periodistas estén involucrados en grupos (sean públicos o privados) con intereses de por medio entorpecen la labor de informar verazmente. La información que se emite en los medios puede ser manipulada, y eso nos lleva a preguntarnos qué herramientas tiene el periodista para ejercer el compromiso si no encuentra respaldo ni de su empleador ni de las fuentes de información. Lo cierto es que en los últimos años, vienen escaseando los periodistas comprometidos. Contar la verdad absoluta en el siglo XXI está siendo realmente un enorme desafío y el Periodismo parece estar olvidando su compromiso y responsabilidad social y colabora (a sabiendas o no) con empobrecimiento cultural y dejación de valores, dejando de servir a la sociedad para servirse de ella.

Sea por la globalización o por los intereses de los grupos informativos, es cada vez más dificultoso obtener información de calidad. Es acertado el proyecto de querer formar periodistas capacitados para ejercer la profesión sin olvidar su rol como comunicador social.