CREER ES CREAR!

De repente, si creo en Dios, existe. Y si alguien a mi lado no cree en Dios, no existe, en su mundo, tan legítimo como el mío. Yo creo que, en cuanto a creer en Dios, tal vez se haya focalizado mayormente en la segunda parte de la cuestión, Dios. Creando así cientos de guerras y disputas en busca de certezas, en lugar de creer conveniente poner el foco en la primer parte del asunto, creer.
Posiblemente se hubiera creado gran incertidumbre, dado que no mucha gente cree que el verbo creer encierre mayores misterios. Yo en cambio creo que el verbo creer guarda una relación de equivalencia con el verbo crear, sobre todo cuando se conjugan en primera persona, yo creo.
Yo creo, que tanto creer como crear se asemejan, en lo fáctico, al verbo hacer e incluso al verbo nacer, pero no quiero crear mas confusión creyendo más cosas sobre estas dos palabras, que también difieren en una letra.
En fin, yo creo, que cuando creo algo, lo creo.

Juan Germán Fernández.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Ciento sesenta y cuatro días después.


Escenario repetido, intérpretes repetidos, la calificación de “Partidazo” nuevamente latente… 164 días después de aquél épico 4 – 5, el estadio Alberto J Armando volvía a albergar un nuevo Boca Juniors – Independiente. Distinto era el contexto, en aquel mes de Abril el partido correspondía a la quinta fecha torneo Clausura de la AFA, en esta ocasión se disputaba la segunda fase (primera para estos equipos) de la Copa Sudamericana, organizada por la CONMEBOL.
El domingo pasó a ser miércoles, y la tarde pasó a casi noche… Los jugadores en el campo de juego y el pitazo de Patricio Lousteau le daba inicio al juego entre los dos clubes más coperos de la nación.
Podemos marcar algunas similitudes entre ambos partidos, técnica y tácticamente.
Aquel domingo de abril, Independiente llegaba algo o totalmente diezmado: tras cuatro fechas el equipo no acumulaba puntos, ni siquiera goles a favor. Con la renuncia de Ramón Díaz algunos días antes, Cristian Díaz ocupaba el puesto de director técnico mientras se esperaba el arribo de Américo Rubén Gallego. Con el debut de tres juveniles (Rodríguez en el arco, Monserrat en el mediocampo y Vidal en la delantera), el Rojo esperaba, como mucho, sacar un empate de esa Bombonera que le diera un soplo de aire fresco.
Por su parte, el Xeneize llegaba tras tres victorias y un empate, con el clima caldeado tras en “Escándalo Barinas”.
Con solo decir que Independiente a los siete minutos de juego se encontraba arriba por dos tantos en el marcador (el debutante Vidal, y el Malevo Ferreyra), y que a los doce Boca descontaba, da claras pautas de la rareza en el desarrollo del juego. Ni hablar de que ese partido quedaría en la historia. A la mitad del primer tiempo el marcador decía que el visitante ganaba por 3-1. El gol a los cuarenta segundos de juego, y el siguiente a los seis minutos dejaron en claro la idea de Independiente: defender el resultado sea como sea. A esa altura el juego del Rojo era normal, pero tras el descuento de Roncaglia, Independiente se dedicó a hacer tiempo de las maneras más clásicas y más insólitas posibles. Luego del 1-3 el Rojo volvió a dejar ese planteo austero de lado.
Boca estaba enchufadísimo, con el marcador a cuestas y el tiempo corriendo, generaba más peligro que el Rojo, manejaba la pelota más criteriosamente, falló siempre en el último pase y, cuando no lo hacía, las fallas en las definiciones hacía que no se pudiese equilibrar el resultado.
La misma tendencia se repetía en el segundo tiempo, donde de 1-3, Boca logró ponerse 4-3. El Rojo estuvo perdido durante el desarrollo de todo el partido, siendo superado técnica y tácticamente por el Xeneize. Con el marcador ahora en desventaja, Independiente con poco intentó salir a buscar el gol que concretara la igualdad. Boca seguía desperdiciando chances claras hasta que, faltando apenas segundo para el minuto noventa, un centro y cabezazo de Farías concretaban el empate, que parecía cerrar el partido. Pero había más: con Boca volcado en pleno ataque, un rechazo desde la defensa dejaba mano a mano a Farías con Schiavi, que no pudo llegar a cerrar y, el Tecla, ahora mano a mano con Orión, concretó el definitivo 4-5.

El panorama de hoy era similar al de aquella tarde: Independiente sin puntos tras tres partidos, sin goles a favor, último en la tabla de promedios, con Cristian Díaz jugando su permanencia como DT del Rojo, y con la derrota por dos goles en el clásico todavía doliendo como una daga clavada en el pecho, debía jugar ante un Boca que, tras caer ante Quilmes, pudo reponerse saliendo campeón de la Copa Argentina, ganándole consecutivamente a Tigre y All Boys.
El partido era muy malo; el Rojo había llegado con cierto peligro una sola vez, mientras que Boca no había inquietado a Hilario Navarro. El desarrollo se resumía a la pelea en mitad de cancha.
A los quince minutos, tras una garrafal falla de Galeano en defensa y una floja respuesta de Hilario, Boca abre el marcador de la mano de Santiago Silva.
De ahí en más la balanza se inclinaría para Boca que, sin brillar, peloteaba a un Independiente totalmente desorientado.
El punto de quiebre se podría haber dado a la mitad de ese primer tiempo, en el cual tras un centro de Silva, tres jugadores Xeneizes esperaban libres de marca para impactar con su cabeza: Nico Blandi fue el afortunado, pero se cabezazo fue de la manos de Hilario, salvando al Rojo de un gol inminente, el cual hubiese sido un golpe de knock out.
En la previa se podía ver que quizá Boca podía sufrir ataques de Independiente por el sector derecho de su defensa: sin un marcador de punta definido tras la lesión de Franco Sosa, el lugar era ocupado por Cellay, habitual central; mientras que en mitad de cancha, un Pablo Ledesma de flojo rendimiento en este último tiempo tras la lesión sufrida con Unión Española por la Copa Libertadores, no aportaba mucho en la marcación. En ese sector Independiente ubicaba a dos ex Boca: el paraguayo Claudio Morel Rodríguez, con mucha proyección en ataque; al colombiano Fabián Vargas, con su distintiva marca y llegada a fondo. Como así también al joven delantero Vidal movilizándose por ese sector del ataque Rojo.
Y, en una arremetida de Boca a los 44’ el Rojo recuperó la pelota y salió rápido, explotando la falencia de Boca en ese sector, tras un centro atrás Jonathan Santana pudo conectar a gol. El empate fue un baldazo de agua fría para el Xeneize, y una sorpresa totalmente inesperada para un Independiente que todavía no lograba pararse bien en cancha.
Un minuto después de eso, cuando todos pensaban que el primer tiempo finalizaría igualado, Clemente saca un lateral al área, donde Santiago Silva protege la pelota con su cuerpo y descarga hacia atrás para un Leandro Somoza totalmente libre que, pegándole como le llegó, inclina el marcador nuevamente para el conjunto local. 

Viendo lo ocurrido en ese primer tiempo, se veía notablemente la tranquilidad del hincha azul y oro, como también la desesperación del hincha rojo. Todo parecía indicar que Boca ganaría el partido ante un flojísimo Independiente que en su segunda llegada a fondo había logrado el valioso gol de visitante. El local no presentó modificaciones para el inicio del segundo parcial; mientras que Díaz optó por sacar a Galeano, quien falló en el primer gol Xeneize, estaba con una tarjeta amarilla en sus espaldas y, para colmo, se lo había visto muy nervioso.

Pero en el fútbol nunca nada está escrito, y apenas unos minutos de comenzada la segunda mitad el rojo lograría igualar nuevamente: el joven arquero D’Angelo salió muy bien a cortar un centro picante de Rosales que llegaba a la cabeza de Farías, la pelota quedó para Vidal, pero un rápido D’Angelo impidió el remate y, el rebote tuvo otra vez como destino a un jugador rojo que no perdonó… Desde afuera del área, Rosales levantó la pelota, que sobrevoló la cabeza de Burdisso y que, pese a los esfuerzos de Rolando Schiavi cruzó la línea de meta, concretando un empate totalmente injusto.
Y como si ese gol hubiese significado poco para el Xeneize, a los seis minutos el mal sería mayor: Rolando Schiavi comete una infracción bien penada por el árbitro con una tarjeta amarilla, el central Xeneize ya había sido amonestado en la primera parte. Amarilla y amarilla… Boca con diez jugadores en el campo.
Julio Falcioni actuó de inmediato y movió el banco: corriendo a Cellay a su posición natural para cubrir el espacio dejado por Schiavi, mandó a la cancha a un marcador de punta de derecho natural, al debutante Albín recientemente llegado de Peñarol de Montevideo. De la cancha se retiró un flojo Cristian Chávez, quedando como esquema táctico el 4-3-2.
Pocos minutos después se daría un nuevo debut, el de Lautaro Acosta. El ex Lanús, procedente del Sevilla español ingresaría con la número 7 a la cancha en reemplazo de Nicolás Blandi.
Los veinte minutos siguientes achataron el partido bajo cualquier punto de vista. No pasaba nada de nada, Boca se perdió casi tanto como Independiente en el primer tiempo. Y el Rojo seguía sin poder levantar cabeza…
Boca volvió a encontrar espacios para quebrar a la defensa de Independiente, con participación activa de los debutantes.
El uruguayo Albín recupera la pelota atrás de mitad de cancha, y sale gambeteando rememorando viejas actuaciones del histórico Hugo Benjamín Ibarra, llegando a la medialuna defendida por el Rojo es víctima de una infracción, bien pitada por el árbitro y bien sancionada con amonestación. El juvenil Juan Sánchez Miño es quien acomoda la pelota, con la tranquilidad, seguridad y determinación de quién pareciera que jugara en la Bombonera con la camiseta de Boca desde hace diez años. Su remate se cuelga del ángulo y, a falta de veinte minutos el Xeneize se ponía nuevamente arriba en el marcador.
De ahí en más Boca siguió encontrando espacios para liquidar el pleito, pero falencias tanto en definición como en el último toque complicaron las cosas.
Otra arremetida de Albín llegando a fondo y rompiendo líneas, entre Silva y Acosta como opción para pase en profundidad el charrúa opta por Lautaro, quien entrando al área y con el arquero achicando, prefiere descargar para Silva antes que definir. Su pase es deficiente y la pelota es enviada al corner por un defensor rojo.
Contraataque: apertura a la izquierda para Clemente Rodríguez que, cerrándose, logra quedar mano a mano con Hilario Navarro. Su remate fue malo y bien tapado por el cuerpo del arquero.
Acosta logra ganarle a Morel en la derecha del ataque Xeneize y, dentro del área se perfila para tirar el centro atrás a un Santiago Silva desmarcado, pero su pase sale con poca potencia y la pelota volvió a ser poseía por Independiente.
Faltando cinco minutos para la finalización parecía que todo terminaría 3-2, pero todavía faltaba una jugada: Clemente Rodríguez no logra interceptar un pase y la pelota se escurre entre sus piernas, quedando en poder de un jugador de Independiente dentro del área defendida por D’Angelo. Automáticamente Clemente se tira al piso, barriendo al jugador del Rojo, cometiendo una falta infantil. Y sí, penal para Independiente en el minuto noventa…
Toda la fé del hincha local estaba depositada en su arquero, mientras que toda la esperanza Roja estaba en los pies de Ernesto Farías, quien acomodó y se dispuso a patear. D’Angelo se tiró a su derecha, adivinando hacia dónde iría el disparo de Farías, pero sin poder impedir que la pelota cruce la línea… El pitazo del árbitro indica invasión de área, decretando que el penal se debía ejecutar nuevamente: en esta ocasión, D’Angelo cambió de palo, Farías no, y el partido 3 – 3.

Y así, 164 días después de la denominada “batalla de la Bombonera”, de la mano del mismo técnico, Independiente de la mano de Farías vuelve a amargar a Boca.
Y Boca, 164 días después de haberle regalado un poco de vida, un poco de paz a la crisis de Independiente, vuelve a hacerlo. En esta ocasión, teniendo todo para haber liquidado la historia en la primera parte, se quedó con un pie y medio afuera de la Copa Sudamericana… Ahora, a esperar la revancha en Avellaneda, dónde deberá ganar para clasificar. Si empata, debe al menos convertir cuatro goles para evitar los penales.   

lunes, 14 de mayo de 2012

La mitad de la torre.

El sudor comenzó a humedecerle las manos, a mojar su pelo. Los brazos temblorosos por el cansancio. No tanto las piernas, tambaleantes por la inestabilidad que producían las ojotas que calzaban los pies. La mente en estado de tensión, desesperación y nerviosismo. El ritmo cardíaco y respiración aumentaban, y un leve temblor aparecía en las sudorosas manos. Esa inyección de adrenalina lo puso en duda, su instinto lo animaba a seguir, asegurando el éxito inmediato; pero la parte más sensata y racional lo obligaba a echarse atrás, abortar la aventura. Decidió dar un paso atrás y colisionó contra alguien que respondió: "Dale, seguí". Una voz que dio la sensación de haber hecho eco durante cinco minutos. A duras penas continuaba, no se veían luces en lo alto, pero tampoco en lo bajo. Se sentía prisionero en una oscuridad dominante. El frío metal al cual se había aferrado ahora parecía caliente y comenzó a sentir una repentina falta de aire. Un inminente arrebato de claustrofobia lo sumió en la peor de las desesperaciones: estaba necesitado de abandonar esa boca de lobo, subiendo o bajando debía abandonar. Tomo tres bocanadas abundantes de aire, dejó que ese oxigeno llegara a los músculos y abandonando sus dudas siguió subiendo.
Pasaron minutos que parecieron horas hasta poder divisar algo en la inmensidad de la oscuridad: un perfecto círculo de luz blanca; luz, que si bien era tenue, parecía brillar en tal oscuridad. Se preguntó si esa luz blanca sería similar a la que muchos dicen que se ve al momento en que el alma abandona el cuerpo, interrogante que se desvaneció casi tan instantáneamente como surgió porque había LUZ. Luz, hermosa y brillante luz que evidenciaba una superficie cercana: eso significaba oxígeno y libertad.
Aceleró la marcha lo más que pudo, el círculo era cada vez más grande y más perfecto. La noche hermosa lo estaba esperando en esa superficie a la que (lentamente) se iba acercando cada vez más. Sentía que solo faltaba un paso, que luego eran dos, y luego cuatro, y luego ocho, y luego dieciséis. Volvió a replantearse el abandono, pero había dos opciones: una mostraba un círculo perfecto de luz, la otra oscuridad tétrica y cientos de interrogantes sobre distancia a recorrer...



jueves, 19 de enero de 2012

Fuegos de Octubre

Soy apenas un adolescente con dieciséis primaveras recorridas. Vivo en una gran ciudad de la República Argentina y en un mundo regalado a las grandes corporaciones y empresas capitalistas, a las que poco y nada les importa si podés o querés progresar por tus propios medios (o pensar de manera libre). 
En este país la mediocridad consumió al pueblo, convirtiéndolo en eso, en un pueblo mediocre; un pueblo que solamente se limita a aportar a las grandes corporaciones que manejan el mundo porque lograron meterles en la cabeza (por los medios de comunicación) que es lo mejor. 
Sin dudas me incluyo en el reducido grupo que aún piensa en salir de este pozo de cotidianeidad, admitiendo que hasta mi pubertad era parte del sistema: desalmado, manipulable, idiota, sin expectativas de crecimiento interior como persona. Solo me limitaba a hacer lo que el mundo me incitaba a hacer, no para ser alguien: para ser algo... 

Era apenas un niño, con seis años recorridos. Vivía una infancia normal y corriente: consumía dibujos animados, miraba películas de Disney/Pixar, amaba los recreos de la primaria... Un niño común en cualquier aspecto. Quizá podían destacarse dos cosas, dos rarezas: que género de películas favorito era acción (y tenía varios VHS), y su género musical favorito era Rock (Recordaba tener todos los discos de Los Caballeros de la Quema hasta el momento, al igual que Guasones, Los Ratones Paranoicos, algunos de Bersuit y otros de Los Piojos. Le gustaba Charly García, y tenía buena parte de la discografía de Rodolfo Páez, más conocido como Fito). 
Todo fue una pequeña aproximación a lo que más adelante abriría su cabeza. 

Ya había tenido ciertas aproximaciones a ese tal Patricio Rey, mediante radios. Algunos temas como Un ángel para tu soledad (o El ángel de la soledad, como lo llamaba en su momento), Caña Seca y un Membrillo (o Vamos Negrita), y el rock más ortodoxo que jamás haya oído: Mi Perro Dinamita. 

Llamenlo como quieran: suerte, destino, casualidad. Pero de una u otra forma Patricio entró en su cabeza, derribando cualquier pared construida, volando en pedazos cualquier barrera que impidiera a las neuronas funcionar con normalidad. 
Gulp!, Oktubre, Un baión..., Bang! Bang!..., La mosca..., Lobo suelto. Así hasta completar una colección discográfica que hoy es sin lugar a dudas el tesoro más preciado. 
Obviamente la joya que iluminó el camino a la apertura mental fue Oktubre, obra poseedora de su himno para toda la vida: JIJIJI. 

En ese período de tres años, desde los doce hasta los quince, dejó de ser ese idiota que dependía del rancking Much Music para saber qué música debía escuchar. Había encontrado esa mística que le llenaba el alma. Esos riff melancólicos de un señor con guitarra que se hacía llamar Skay. Esa poesía bohemia de un señor pelado que es un ejemplo de vida para todos, este místico Indio que siguió sus principios al pie de la letra, sin traicionarlos por la miel de los poderosos.
Hace cuatro años que mi vida es Redonda y de Ricota, hace cuatro años que Patricio es mi Rey; y comparto mi nuevo despertar de forma resumida para intentar llenar a otras personas que siguen diciendo: "La música es para bailar, no hay que dale tanta importancia"... De ser así nadie debería llorar a un tal Kurt Cobain, un tal John Lennon, un tal Jim Morrison. ¿Por qué extrañaríamos tanto a un tal Luca Prodan?. Y por sobre todas las cosas: ¿Por qué esperaríamos con tanta fé que nuestro Dios, nuestro Patricio Rey, vuelva a descender de los cielos?